“LOS QUE NO QUIEREN CREER NO CREERAN AUNQUE UN MUERTO RESUCITE” - O - NO HAY AVISOS EXTRAORDINARIOS (Lc. 16, 31)

El mensaje evangélico dice que en aquel tiempo el Maestro Divino propuso la parábola de un hombre de posición económica muy buena y de un pobre llamado Lázaro. Parábola que cierra el grupo de enseñanzas sobre la posesión de los bienes materiales. Narra el Evangelio que el rico, vestía de lino y púrpura; diario en su casa resonaba a todo volumen la música jubilosa de las fiestas y en su mesa se servían en forma cotidiana opíparos banquetes. Obstinado y egoísta, jamás fijaba su atención en las desventuras ajenas. Era un inconsciente social que arrastraba en forma insultante sus largos y vistosos mantos bordados de piedras preciosas. Arrimado al “porche” de aquella faustosa mansión estaba un pobre mendigo, que tenía su piel agujerada por fétidas y dolorosas úlceras. El cuerpo esquelético y sus ojos apagados por el hambre. A sus oídos llegaban lacerantes los ruidos de las cotidianas orgías; las alegres carcajadas de los comensales y el tintineo de las lujosas vajillas rebosantes de diferentes platillos, llevados y traídos por afanosos y educados sirvientes. Extenuado y rebosante de angustia y de dolor, su deseo volaba tras las migajas que caían de aquella mesa espléndidamente servida. ¡Pero nadie se las daba! Los perros fieles, compasivos y nobles, se acercaban a él para hacerle compañía y lamerle sus llagas aligerando en algo su dolor, soledad y abandono. Después de unos días, Lázaro murió y la carroña de su cuerpo putrefacto, fue arrojada con asco a la fosa común. Pero los ángeles recogieron su alma blanqueada y perfumada, por el dolor y la paciencia y entre himnos de triunfo fue llevada junto al Patriarca Abrahán. Con el tiempo la muerte como fiel servidora y compañera, inexorablemente despojó de la vida al rico y con ello también de sus bienes. Después de unos funerales vistosos con música patética y llantos y gemidos estudiados de las plañideras, fue sepultado en magnífico mausoleo. Pero su alma, fue sepultada en el infierno. Estando entre los tormentos del fuego que no se extingue levantó su vista y fio a Lázaro sentado lleno de paz y alegría sin fin, junto a Abrahán. Después de un diálogo, apela al impresionismo profético de los muertos, para que la familia recupere la fe perdida y no vayan a parar también a ese lugar de tormentos inacabables. A lo cual tuvo una respuesta negativa: “El que no quiere creer, no va a creer aunque un muerto resucite”. Pero el que quiere creer, escuchará en estos tiempos: Al Papa, al Obispo, al Sacerdote y apóstoles enviados por éstos.

A primera vista, parece que la parábola en cuestión, nos impulsa a interpretarla
únicamente en sentido social y que los ricos deben ser generosos y los pobres pacientes y sufridos. Pero no se trata sólo de esto, aunque el contraste entre el rico y el pobre se dibuje con crudas pinceladas y con colores vivos y encendidos. Tampoco tiene como centro la dureza de corazón o de la caridad. No es una llamarada deslumbrante, para una revolución social. No se trata del clamor de los necesitados, contra los ricos. Ni es una manifestación de simpatía para los que lloran su pobreza. En la parábola se trata de aclarar el falso concepto de la ideología farisaica, según la cual el bienestar y prosperidad material era un signo evidente de la bendición divina y del beneplácito de Yahwéh. En cambio la pobreza y la enfermedad eran signos de reprobación. Mentalidad que Jesús rechaza definitivamente, descartando de modo categórico explicaciones triviales, porque la salvación no se improvisa y todo hombre debe esforzarse en obrar rectamente y cumplirlos mandamientos divinos y no vivir solo para la tierra. Para los fariseos el más allá, era algo secundario y los saduceos lo negaban por completo, y por lo mismo quien sirve al Señor debe recibir su premio aquí en el tiempo y no en la eternidad que no existe. Jesús traza la antítesis con rasgos fuertes. El rico vive en medio de lujos y no le falta nada y el pobre Lázaro arrastra hasta la muerte una existencia miserable. Según la mentalidad judía, al primero le acompañaba la bendición de Dios y al segundo la maldición. Cae el telón poniendo fin al PRIMER ACTO y empieza la decoración del segundo con los respectivos funerales y el SEGUNDO ACTO se desarrolla en el más allá y se muestra el reverso de la medalla. El mendigo vive feliz, mientras que el rico es atormentado y se halla en la más aguda necesidad., limosneando ahora una gota de agua. La que le es negada, porque en vida recibió bienes y Lázaro puros males. Luego el bienestar terrenal, no es prueba de grandeza religiosa y de gracia divina, como tampoco la pobreza es prueba de que se esté abandonado de Dios o de que sea un malvado pecador. La manera de pensar de los fariseos es falsa. El sentido propio de la parábola es este: En ella, no se dice que el rico fuera duro de corazón y que Lázaro hubiera aceptado con paciencia su suerte, sino que lo exterior, no quiere decir nada relacionado con la bendición o maldición divinas. Los juicios de los hombres, no coinciden con la manera de juzgar de Dios. Por lo exterior no se llega a ninguna conclusión exacta con la interioridad del hombre. Esta, es una enseñanza fundamental del cristianismo. En la parábola se acentúa la religiosidad del Epulón, en la súplica extraña que hace a Abrahán fuera de tiempo en favor de su clan familiar. Esta petición revela que no era un ateo: sólo un irresponsable en su vida religiosa y ahora pide, una advertencia impresionante hecha por un muerto. Pero también le es negada, porque la persona que está dispuesta a creer, le bastan los medios ordinarios que Dios tiene para darse a conocer. La luz de la revelación que le había llegado a través de Moisés y los profetas enviados por Dios es suficiente para que los judíos sean inexcusables, si desprecian la palabra anunciada de parte de Dios, o no la tienen en cuenta y no da fruto; menos se van a convertir, por la exhortación hecha por un muerto resucitado. Los fariseos exigían un milagro para creer, y Jesús les ofrece el milagro de la resurrección de Lázaro el hermano de Martha y María y muy pronto el de su propia resurrección; sin embargo ellos se aferran a su obstinada incredulidad. Todavía hay muchos seguidores de esta mentalidad y no creen en Cristo como lo que es: DIOS ENCARNADO, a pesar de la enseñanza del Magisterio Católico único depositario de esta verdad revelada. Esperan ver algo extraordinario, pero esto, ya pasó durante la vida temporal de Jesús. Ahora en lugar de Moisés y los profetas del antiguo testamento, están los apóstoles y sus legítimos sucesores que son: El Papa, los Obispos y los enviados por éstos. ¡Pero qué difícil es hacer cambiar de mentalidad a ciertas personas, sobre todo cuando su coeficiente intelectual es muy obtuso! La verdadera formación cristiana no es cosa fácil. Pero los vivos colores de la parábola, no pueden ser más claros. Por eso quien va en busca de la verdadera felicidad por caminos equivocados no tiene disculpa.

La parábola del rico Epulón, sirve como argumento apologético, para demostrar la existencia del infierno, como lugar de castigo. En ella vemos, más que diferencia de clases sociales, y de corazones, la existencia de la justicia perfecta en el otro mundo, porque en éste, muchas veces queda burlada o eclipsada. La ley evangélica, interpretada por la Iglesia católica fundada por Jesucristo tiene como moral, una justicia, regulaciones sociales, si las observáramos se eliminarían tal vez en su mayoría los problemas humanos. Pero como el ser humano no es perfecto, tampoco es ideal el mundo en el que vivimos, a pesar de sus progresos técnicos y científicos. Sigue reinando la egolatría personal y colectiva que ha hecho muchos corazones orgullosos y duros, diametralmente opuestos al modelo que debemos imitar: El corazón de Cristo, manso, compasivo y humilde. Trate de imitarlo, viviendo el Evangelio. No hace falta que venga un difunto a decirle donde está él y a donde puede ir usted. NOS BASTA LA PALABRA DE JESUS; y tenerle fe, aunque no veamos, ni comprendamos lo que nos dice. Porque la fe es una entrega personal en este caso a Dios. Reflexionemos en el ejemplo – modelo admirable, del padre de los creyentes: Abrahán. Ejemplo viviente que pone de manifiesto, lo que es la fe: una entrega incondicional a Dios que se manifiesta en su palabra y mandato. Y lleno de fe, Abrahán deja su tierra, a los parientes y demás, y se va a una tierra desconocida a empezar de nuevo otra situación social y económica. Y después otra prueba: el sacrificio del hijo Isaac. Reflexionemos en este hecho histórico lleno de fe, que en lugar de ser acontecimiento extraordinario y maravilloso, está lleno de dolor. Sin embargo Abrahán lo vivió. Configuremos nuestra fe con la obediencia de Abrahán y seremos dichosos y felices por toda la eternidad. Y para el incrédulo será lo contrario. ¡Arriba y adelante! Y que nuestra vida sea siempre una respuesta llena de obediencia, a la voluntad de Dios, que no se nos manifiesta con obras maravillosas, sino como las de Abrahán; y seamos testigos de la fe, y no de la incredulidad.