2015-03-26 L’Osservatore Romano
Alegría y esperanza son las características del cristiano. Y es triste encontrar a un creyente que no sabe gozar, asustado en su apego a la fría doctrina. Ha sido por eso un auténtico himno a la alegría el que lanzó el Papa Francisco en la misa celebrada el jueves 26 de marzo, en la capilla de la Casa Santa Marta. Al inicio, el Papa recordó la «hora de oración por la paz» promovida en todas las comunidades carmelitas. «Queridos hermanos y hermanas», dijo tras el saludo litúrgico, «pasado mañana, 28 de marzo, se conmemorará el quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia». Y «por petición del padre general de los Carmelitas Descalzos, hoy aquí presente con el padre vicario, ese día tendrá lugar en todas las comunidades carmelitas del mundo una hora de oración por la paz. Me uno de corazón —afirmó el Papa Francisco— a esta iniciativa, a fin de que el fuego del amor de Dios venza los incendios de guerra y de violencia que afligen a la humanidad, y el diálogo predomine por doquier sobre el enfrentamiento armado». Y concluyó así: «Que Santa Teresa de Jesús interceda por esta petición nuestra».
«En las dos lecturas» propuestas hoy por la liturgia, destacó inmediatamente el Pontífice, «se habla de tiempo, de eternidad, de años, de futuro, de pasado» (Génesis 17, 3-9 y Juan 8, 51-59). En tal medida que precisamente el tiempo parece que es la realidad «más importante en el mensaje litúrgico de este jueves». Pero el Papa Francisco prefirió «tomar otra palabra» que, sugirió, «creo que es precisamente el mensaje de la Iglesia hoy». Y son las palabras de Jesús que presenta el evangelista Juan: «Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio y se llenó de alegría».
Así, pues, el mensaje central de hoy es «la alegría de la esperanza, la alegría de la confianza en la promesa de Dios, la alegría de la fecundidad». Precisamente «Abrahán, en el tiempo del que habla la primera lectura, tenía noventa y nueve años y el Señor se le apareció y le aseguró la alianza» con estas palabras: «Por mi parte, esta es mi alianza contigo: serás padre de muchedumbre de pueblos».
Abrahán, recordó el Papa Francisco, «tenía un hijo de doce, trece años: Ismael». Pero Dios le asegura que se convertirá en «padre de una muchedumbre de pueblos». Y «le cambia el nombre». Luego «continúa y le pide que sea fiel a la alianza» diciendo: «Mantenderé mi alianza contigo y con tu descendencia en futuras za generaciones, como alianza perpetua». En concreto, Dios dice a Abrahán «te doy todo, te doy el tiempo: te doy todo, tú serás padre».
Seguramente Abrahán, dijo el Papa, «era feliz por esto, sentía una consolación plena» escuchando la promesa del Señor: «Dentro de un año tendrás otro hijo». Cierto, ante esas palabras «Abrahán rió, dice la Biblia a continuación: ¿cómo un hijo a los cien años?». Sí, «había engendrado a Ismael a los ochenta y siete años, pero a los cien un hijo es demasiado, no se puede comprender». Y así «rió». Pero precisamente «esa sonrisa, esa risa fue el inicio de la alegría de Abrahán». He aquí, por lo tanto, el sentido de las palabras de Jesús que hoy vuelve a proponer el Papa como mensaje central: «Abrahán, vuestro padre, exultó en la esperanza». En efecto, «no se atrevía a creer y dijo al Señor: “Pero si al menos Ismael viviese en tu presencia”». Y recibió esta respuesta: «No, no será Ismael. Será otro».
Para Abrahán, por lo tanto, «la alegría era plena», afirmó el Papa. Pero «también su esposa Sara, un poco más tarde, rió: estaba un poco oculta, detrás de las cortinas de la entrada, escuchando lo que decían los hombres». Y «cuando estos enviados de Dios dieron a Abrahán la noticia sobre el hijo, también ella rió». Es precisamente este, afirmó el Papa Francisco, «el inicio de la gran alegría de Abrahán». Sí, «la gran alegría: exultó en la esperanza de ver de este día; lo vio y se llenó de alegría». Y el Papa invitó a contemplar «este hermoso icono: Abrahán ante Dios, postrado con el rostro en tierra: escuchó esta promesa y abrió el corazón a la esperanza y se llenó de alegría».
Y es precisamente «esto y aquello lo que no entendían los doctores de la ley» destacó el Papa Francisco. «No entendían la alegría de la promesa; no entendían la alegría de la esperanza; no entendían la alegría de la alianza. No entendían». Y «no sabían alegrarse, porque habían perdido el sentido de la alegría que llega solamente por la fe». En cambio, explicó el Papa, «nuestro padre Abrahán fue capaz de alegrarse porque tenía fe: fue justificado en la fe». Por su parte, esos doctores de la ley «habían perdido la fe: eran doctores de la ley, pero sin fe». «Más aún: habían perdido la ley, porque el centro de la ley es el amor, el amor a Dios y al prójimo». Ellos, sin embargo, «tenían sólo un sistema de doctrinas precisas y que necesitaban cada día más para que nadie los tocara».
Eran «hombres sin fe, sin ley, apegados a doctrinas que se convierten igualmente en actitudes casuísticas». Y el Papa Francisco propuso ejemplos concretos: «¿Se puede pagar el tributo al César? ¿No se puede? Esta mujer, que estuvo casada siete veces, ¿será esposa de esos siete cuando vaya al cielo?». Y «esta casuística era su mundo: un mundo abstracto, un mundo sin amor, un mundo sin fe, un mundo sin esperanza, un mundo sin confianza, un mundo sin Dios». Precisamente «por ello no podían alegrarse».
No se alegraban ni hacían alguna fiesta para divertirse: tanto que, afirmó el Papa, seguramente habrán «destapado algunas botellas cuando Jesús fue condenado». Pero siempre «sin alegría», es más «con miedo porque uno de ellos, tal vez mientras bebían», recodaría la promesa de «que resucitaría». Y, así «de rápido, con miedo, fueron al procurador para decirle: por favor, ocupaos de esto, que no vaya a ser un engaño». Y todo porque «tenían miedo».
Pero «esta es la vida sin fe en Dios, sin confianza en Dios, sin esperanza en Dios», afirmó nuevamente el Papa. «La vida de estos que sólo cuando entendieron que no tenían razón» –añadió– pensaron que únicamente les quedaba el camino de tomar las piedras para lapidar a Jesús. Su corazón se había petrificado». En efecto, «es triste ser creyente sin alegría –explicó el Papa Francisco– y no hay alegría cuando no hay fe, cuando no hay esperanza, cuando no hay ley, sino solamente las prescripciones, la doctrina fría. Esto es lo que vale». En contraposición, el Papa volvió a proponer «la alegría de Abrahán, ese hermoso gesto de la sonrisa de Abrahán» cuando escucha la promesa de tener «un hijo a los cien años». Y «también la sonrisa de Sara, una sonrisa de esperanza». Porque «la alegría de la fe, la alegría del Evangelio es el criterio para ver la fe de una persona: sin alegría esa persona no es un verdadero creyente».
Como conclusión, el Papa Francisco invitó a hacer propias las palabras de Jesús: «Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría». Y pidió «al Señor la gracia de ser exultante en la esperanza, la gracia de poder ver el día de Jesús cuando nos encontremos con Él y la gracia de la alegría».