de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas
9 Abril
JUEVES DE LA OCTAVA DE PASCUA
Hechos 3,11-26:“Ustedes le dieron muerte al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos”, Salmo 8:“¡Qué admirable, Señor, es tu poder! Aleluya”, San Lucas 24,35-48: “Está escrito que Cristo tenía que padecer y tenía que resucitar de entre los muertos al tercer día”
El Papa Francisco muchas veces ha mostrado su preocupación por el vacío que presenta el hombre moderno: no sabe qué quiere, no sabe a dónde va y se refugia en la ambición del dinero. Si por algo se caracteriza nuestro mundo es por esa pérdida de paz y de armonía. Vaga el hombre moderno cargado con sus seguridades que lejos de protegerlo, parecen hacerlo cada vez más débil e inseguro. Se cierran las puertas, se evaden las preguntas, se ocultan los datos personales y sin embargo cada día nos sentimos más expuestos. Perdemos la paz.
El saludo de Jesús a sus discípulos, que también tenían cerradas sus puertas, es “La paz esté con ustedes”. Palabras que en un primer momento los llenan de temor porque creen ver un fantasma. Para darles y confianza y afirmarlos en su presencia, Jesús presenta las marcas del dolor en sus manos y en sus pies.
Las marcas de la Cruz de Jesús son señales de su entrega, de su muerte pero también son señales de su resurrección. No les habla a sus discípulos como un ángel que no hubiera padecido, tampoco nos habla a nosotros, desde un mundo etéreo o angelical donde no pudiéramos tener miedo. Nos habla desde el dolor de nuestra propia realidad para invitarnos a tener la verdadera paz, esa que nadie nos puede arrebatar, esa que es armonía interior y que sólo Jesús nos puede dar. ¿No bastan las cicatrices? Entonces pide de comer y con un trozo de pescado, compartido, se une a la mesa.
El dolor, las cicatrices y un pan compartido son las señales del que ahora está vivo e invita a superar los miedos, las angustias y a reconstruir la comunidad. Son los mismos signos sobre los que ahora debemos reconstruir la comunidad: a partir de la realidad, del dolor de los hermanos, de las cicatrices y del compartir el pan. No podemos estar ajemos y no podemos despreciar el dolor de quienes han sufrido, se tiene que mirar y compartir. También se tiene que compartir el pan, el pescado y la mesa para hacer creíble la Resurrección.