de Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla
DOMINGO DE PASCUA
Contaron lo que les había pasado en el camino
Este Evangelio que acabamos de escuchar, es la continuación de aquel otro bello pasaje en donde dos discípulos habían decidido, después de la muerte de Jesús, dejar la comunidad e irse de nuevo a sus pueblos con su familia. Estos dos discípulos de Emaús, encuentran a un peregrino que era el mismo Jesús, pero que ellos no alcanzaron a descubrir en un primer momento. Sólo después de caminar, después de entrar en diálogo con él, después de compartir la mesa y reconocerlo al partir el pan, descubrieron que era Cristo vivo, Cristo resucitado. Y entonces tomaron inmediatamente la decisión de regresar a la comunidad de Jerusalén. Así comienza nuestro Evangelio de hoy: cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Cuando uno encuentra a Jesucristo, la primera consecuencia es la búsqueda de encontrarse con los hermanos, nos necesitamos unos a otros.
Ustedes están aquí hoy en esta Eucaristía, porque creen en Jesucristo, porque descubren que hay una necesidad de venir a encontrarnos con su palabra y de venir a alimentarnos con su presencia en el pan de la vida. El fondo de nuestra conciencia es lo que nos hace venir a Misa cada domingo. Esta experiencia de encontrarnos con Cristo es la que nos ha reunido aquí y es lo que hace a la comunidad cristiana descubrirse, a la luz de Cristo vivo, hermanos, miembros de una misma comunidad. Esto es lo que ha vivido la Iglesia a lo largo de XXI siglos. Por eso ha sobrevivido, la Iglesia, a pesar de las distintas coyunturas socioculturales por las que ha pasado. No hay una sola institución que haya perdurado como la Iglesia católica hasta nuestro tiempo.
Hoy es verdad, nos vemos en un gran desafío. Hoy, ustedes lo constatan, –la mayoría de ustedes son padres de familia– es difícil transmitir la fe a las nuevas generaciones. Sus hijos no reciben con el mismo entusiasmo y disposición la fe cristiana. Esto lo hemos estudiado esta semana pasada los obispos de México en nuestra Asamblea Plenaria: la gran dificultad de trasmitir la fe a las nuevas generaciones. Y descubrimos con claridad, –y este Evangelio nos lo confirma– que necesitamos no solamente sostenernos en base a este encuentro dominical de la Misa, sino que necesitamos encontrarnos también, como estos dos discípulos de Emaús con sus hermanos, para compartir la fe; para que allí, al reunirnos en su nombre en pequeñas comunidades, podamos abrir nuestro entendimiento con la acción de la gracia de Dios, como dice el texto: “Les abrió el entendimiento –a los que estaban ahí reunidos en Jerusalén– para que comprendieran las Escrituras”.
Nos hace falta adentrarnos en estos contenidos de nuestra fe. Ya no es posible transmitir la fe a las nuevas generaciones simplemente diciéndoles que vengan a Misa en domingo. Es necesario que conozcan quién es Jesucristo, cómo podemos entrar en contacto, en comunión con él; qué beneficios nos aporta su amistad, qué es Jesús para mí en la vida. Cuando lo hacemos con los niños, ellos perciben inmediatamente este mensaje hermoso en la catequesis infantil; pero lamentablemente son muy pocos los niños –comparados a todos los de familias católicas– que asisten al catecismo de manera estable durante seis años para formarse en la fe. Es por eso que hemos decidido en esta Arquidiócesis de Tlalnepantla, que el próximo domingo 17 de mayo, vamos a tener la gran Misión Católica para ir a visitar a los hogares, ir a sus propias casas.
Esperamos que de las doscientas tres parroquias, salgamos ese domingo a las once después de celebrar la Misa de diez, a encontrarnos con hogares cristianos católicos que no frecuentan, que están distantes, que están alejados, que están desperdiciando la herencia que sus padres les han dejado y que necesitan volver a redescubrir la importancia de la fe, descubrir que Cristo está en medio de nosotros.
Esta es la razón por la cual los convocaremos a pequeñas comunidades, dentro de su propio sector territorial, dentro de sus vecinos. Para ir formando así núcleos que compartan la fe y crezcan en el conocimiento de Jesucristo. Es esto lo que hoy nos quiere decir el Evangelio.
Cuando Jesús se presenta en medio de los apóstoles, habiendo reintegrado a estos dos discípulos de Emaús, les desea la paz. La paz esté con ustedes, les dice como saludo inicial. Y esa paz es la que deseamos. Si volvemos a reencontrarnos como hermanos, los católicos, encontraremos también la paz social en nuestra patria, que tanto deseamos. Porque quien conoce a Jesucristo no se atreve a dañar al prójimo, no se atreve a agredir al otro, no se atreve a violentarlo a robarlo, a secuestrarlo, o incluso a matarlo. Quien conoce a Jesucristo respeta la vida, sabe que es un don sagrado, y sabe que cada persona es sagrada ante Dios.
Por eso es tan importante que todos entremos en este entusiasmo pascual y sepamos que hay perdón para todos. Así nos lo dice la primera y segunda lectura cuando el apóstol san Juan dice: “Les escribo esto para que no pequen. –El pecado es eso, agredir violentamente a mi prójimo– Pero, si alguien peca, tenemos como intercesor ante el Padre, a Jesucristo… Él se ofreció como víctima de expiación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por todos los del mundo entero”. El perdón está abierto a todos. La gracia de encontrarnos con Jesucristo y fortalecer nuestro espíritu para ser una gran fraternidad, está dada en Jesucristo.
Es más, en la primera lectura, encontramos cómo el mismo apóstol Pedro, una vez que Cristo ha resucitado, se atreve a ir con quienes lo crucificaron y les dice: “Yo sé que ustedes han obrado por ignorancia… pero Dios cumplió así lo que había predicho… arrepiéntanse, conviértanse para que se les perdonen sus pecados”. A los mismos que ejecutaron a Jesús el apóstol Pedro les está diciendo: Dios los perdona. Y Jesús mismo lo dijo en la cruz: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”. El perdón está abierto para todos y eso lo tenemos que anunciar. La reconciliación es la actitud de la misericordia de Dios, es volver a transformar a la persona, volverla a hacer que tome conciencia de su dignidad, de la grandeza de su ser. Por ello hermanos, pidámosle a Dios que esta gran Misión Católica que iniciaremos el próximo 17 de mayo, sea muy fecunda, tenga mucho fruto y sean muchos los que respondan a este llamado de formar pequeñas comunidades para crecer, y fortalecer nuestra fe y así seamos capaces de transmitirla a las nuevas generaciones. Que así sea.
Arzobispo de Tlalnepantla