I. Contemplamos la Palabra
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 14,15-18
En aquellos días, se produjeron en Iconio conatos de parte de los gentiles y de los judíos, a sabiendas de las autoridades, para maltratar y apedrear a Pablo y a Bernabé; ellos se dieron cuenta de la situación y se escaparon a Licaonia, a las ciudades de Listra y Derbe y alrededores, donde predicaron el Evangelio. Había en Listra un hombre lisiado y cojo de nacimiento, que nunca había podido andar.
Escuchaba las palabras de Pablo, y Pablo, viendo que tenía una fe capaz de curarlo, le gritó, mirándolo: «Levántate, ponte derecho.»
El hombre dio un salto y echó a andar.
Al ver lo que Pablo había hecho, el gentío exclamó en la lengua de Licaonia: «Dioses en figura de hombres han bajado a visitarnos.»
A Bernabé lo llamaban Zeus y a Pablo, Hermes, porque se encargaba de hablar. El sacerdote del templo de Zeus que estaba a la entrada de la ciudad trajo a las puertas toros y guirnaldas y, con la gente, quería ofrecerles un sacrificio.
Al darse cuenta los apóstoles Bernabé y Pablo, se rasgaron el manto e irrumpieron por medio del gentío, gritando: «Hombres, ¿qué hacéis? Nosotros somos mortales igual que vosotros; os predicamos el Evangelio, para que dejéis los dioses falsos y os convirtáis al Dios vivo que hizo el cielo, la tierra y el mar y todo lo que contienen. En el pasado, dejó que cada pueblo siguiera su camino; aunque siempre se dio a conocer por sus beneficios, mandándoos desde el cielo la lluvia y las cosechas a sus tiempos, dándoos comida y alegría en abundancia.»
Con estas palabras disuadieron al gentío, aunque a duras penas, de que les ofrecieran sacrificio.
Sal 113B,1-2.3-4.15-16 R/. No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria
No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»? R/.
Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro,
hechura de manos humanas. R/.
Benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 21-26
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.»
Le dijo Judas, no el Iscariote: «Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?»
Respondió Jesús y le dijo: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.»
II. Compartimos la Palabra
“Nosotros somos mortales igual que vosotros”
En esta primera lectura vemos la distinta acogida que tuvo la predicación del evangelio. En Iconio “empezaron a moverse con intención de maltratar y apedrear a Pablo y Bernabé”, que tuvieron que huir camino de Listra. Aquí la situación cambió por completo. Después de que Pablo curase a un lisiado, el gentío exclamó: “Dioses en figura de hombres han bajado a visitarnos”, y hasta querían ofrecerles un sacrifico de animales. Una primera consideración: en cualquier momento histórico, el evangelio es recibido y es rechazado, en el siglo I y en el siglo XXI. Lección histórica que no podemos olvidar. Donde hay libertad humana, la aceptación y el rechazo siempre coexistirán. Segunda consideración: el predicador de cualquier tiempo sabe bien que al que hay que predicar es a Dios y a su Hijo Jesucristo. Nunca predicarse a si mismo. Y si hay algún despistado, como ocurrió en Listra, sacarles inmediatamente de su error. Dioses no hay más que uno. Los demás somos personas humanas, fuertes y débiles a la vez, y algunos, desde esa nuestra condición, somos cristianos que queremos vivir y difundir la buena noticia de Jesús, el Hijo de Dios.
“Haremos morada en él”
Lo de Dios con nosotros es algo que supera los límites del amor. Aunque parece que el amor no tiene limites a la hora de amar. Eso le sucede a nuestro Dios, que es Amor. No contento con crearnos como personas humanas, con inteligencia, voluntad, sentimientos, libertad… no contento con enviarnos hasta nosotros a su propio Hijo, Jesús de Nazaret, para enseñarnos el camino que conduce a la plenitud… no contento con regalarnos su propia vida divina y hacernos de verdad hijos suyos… es capaz de llamar a nuestra puerta, y, si le dejamos, instalarse en nuestro interior. “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”. Pero si le dejamos que se instale en nuestro corazón no es para tenerlo ahí como una pieza decorativa en un museo. Es para escucharle, hablarle, dejar que guíe nuestra vida y, por supuesto, vivir con Él una historia de amor, la de unos hijos con su buen Padre.
Fray Manuel Santos Sánchez
Real Convento de Predicadores (Valencia)