Lecturas del viernes, quinta semana de Pascua, ciclo B

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Vie, 2015-05-08

I. Contemplamos la Palabra

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 15,22-31

En aquellos días, los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas Barsabá y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y les entregaron esta carta:

«Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo.
Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido, por unanimidad, elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. En vista de esto, mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud.»
Los despidieron, y ellos bajaron a Antioquía, donde reunieron a la Iglesia y entregaron la carta. Al leer aquellas palabras alentadoras, se alegraron mucho.

Sal 56, 8-9. 10-12 R. Te daré gracias ante los pueblos, Señor.

Mi corazón está firme,
Dios mío, mi corazón está firme.
Voy a cantar v a tocar:
despierta, gloria mía;
despertad, cítara y arpa;
despertaré a la aurora. R

Te daré gracias ante los pueblos,
Señor; tocaré para ti ante las naciones:
por tu bondad,
que es más grande que los cielos;
por tu fidelidad,
que alcanza a las nubes.
Elévate sobre el cielo, Dios mío,
y llene la tierra tu gloria. R.

Lectura del santo evangelio según san Juan 15, 12-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «Este es mí mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»

II. Compartimos la Palabra

“Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…”

La Iglesia siempre acoge a todos, y como una buena madre nos da en cada momento lo que necesitamos. Lo vemos en esta primera lectura donde aparece el final de lo que se ha llamado el primer concilio de la Iglesia, el Concilio de Jerusalén, donde se resolvió la controversia de las obligaciones que debían imponerse a los convertidos provenientes del paganismo.

Es inevitable y muy humano, tanto en la vida de las personas como en la Iglesia, que surjan conflictos y divergencias, pero cuando las soluciones se buscan con plena docilidad al Espíritu Santo, todo se resuelve en paz.

La Iglesia ha experimentado desde sus comienzos la presencia del Espíritu Santo. Cristo ya lo había anunciado, que el Espíritu Santo acompañaría a su Iglesia siempre: “El Espíritu Santo os lo enseñará todo”.

Este primer Concilio de la Iglesia es un modelo a seguir para nuestras familias y comunidades. Al intentar discernir cuál es la voluntad de Dios, todos dialogan, se escuchan y comparten, y bajo la acción del Espíritu Santo todos juntos llegan a un acuerdo en paz y en comunión. Cuando tomamos una decisión comunitaria, ¿podemos decir con sinceridad que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros? o ¿nos dejamos llevar de intereses y criterios propios?

¡Qué el Señor nos conceda la humildad y docilidad para dejarnos guiar siempre por su Espíritu!

“Os he elegido para que deis fruto”

Las palabras con las que hoy termina el Evangelio son las palabras con las que Jesús se despidió de sus discípulos en la Última Cena. Éste fue su testamento para toda la humanidad.

“Amaos como yo os he amado” son palabras, que, por una parte, en lo más profundo de nuestro corazón deseamos que se cumplan, pero, por otra parte, nos pueden resultar un poco incómodas, pues tal vez nos veamos incapacitados para amar a nuestro prójimo tal cual nos amó Jesús.

De algo podemos estar seguros, y es que Dios no nos pide imposibles, nunca nos pedirá nada que vaya más allá de nuestras fuerzas. Si Cristo nos pide que nos amemos como Él nos ha amado es porque Dios ha capacitado nuestro corazón para hacerlo, pero para ello hay que llevar a cabo otro mandato de Cristo: “Permaneced en mi amor”. Sólo unidos a Cristo podremos amar con la misericordia con que Él nos amó sin tener en cuenta nuestros errores ni nuestras debilidades.

Unidos a Cristo podremos dar el fruto que Él quiere, que es que amemos a nuestros hermanos no sólo cuando son como yo quiero, sino cuando son diferentes a mí, cuando no me gustan sus actitudes, cuando me ponen mala cara, cuando me insultan, incluso cuando sé que no me aman. Permaneciendo en el amor de Cristo podremos experimentar el amor que Dios nos tiene. Solamente el que se siente amado por Dios es capaz de amar como lo hizo Cristo, en la dimensión de la Cruz. Él nos amó a todos sin excepción hasta dar voluntariamente la vida.

“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida” Éste es el límite del amor cristiano, y a él debemos aspirar siguiendo el ejemplo de Cristo. Vivir siempre en esta actitud de entrega hasta dar la vida no es fácil, ni puede hacerse sin la gracia de Dios. Por eso, cuando nos sintamos sin fuerzas para llevar a cabo esta tarea del amor, no olvidemos lo que nos dice Jesús: “Soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto… De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombres os lo dé”.

Pues, con la alegría Pascual de sentirnos amados por Dios, pidámosle que nos conceda amar a todos nuestros hermanos como él los ama.

MM. Dominicas
Monasterio de Sta. Ana (Murcia)