de Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de las Casas
VER
Vemos con asombro las últimas rachas de violencia provocadas por organizaciones criminales, para demostrar su poder ante las autoridades que les persiguen e intentan desarticularles. Bloquean calles y carreteras, incendiando vehículos de todo tipo; queman gasolineras, tiendas comerciales, locales públicos y privados. Con su poderoso armamento, derriban un helicóptero y se enfrentan al ejército. No les importa matar y destruir, con tal de conservar su poder delincuencial, sea para el tráfico de drogas, sea para extorsionar a la gente.
Reacciones violentas hay en muchas partes: jóvenes que quieren obtener puestos de trabajo en forma automática sin examen, maestros inconformes contra el gobierno y contra diversas autoridades, grupos y comunidades que reclaman atención a sus carencias, organizaciones sociales que pelean por lo que consideran sus derechos, guerras internas en pueblos por un pedazo de tierra.
Violencia también hay en el hogar, en la escuela, entre seguidores de un equipo deportivo, entre partidos políticos.
Nos preguntamos el origen, el motivo y la posible explicación de por qué suceden estas cosas, de por qué se llega a estos extremos tan violentos, que tanto dañan a la comunidad. Desde luego que hay varias razones, de tipo económico, político, social y estructural, sobre todo por el sistema imperante, que privilegia a unos y excluye a otros. Sin embargo, considero que una de las causas más importantes es la degradación de la familia, la ausencia de padres que en verdad formen personas, la falta de valores humanos y cristianos en la educación familiar.
PENSAR
Dice el Papa Francisco: “Cada niño marginado, abandonado, que vive en la calle mendigando y con todo tipo de expedientes, sin escuela, sin atenciones médicas, es un grito que se eleva a Dios y que acusa al sistema que nosotros adultos hemos construido. Y, lamentablemente, esos niños son presa de los delincuentes, que los explotan para vergonzosos tráficos o comercios, o adiestrándolos para la guerra y la violencia. También en los países así llamados ricos, muchos niños viven dramas que los marcan de modo significativo, a causa de la crisis de la familia, de los vacíos educativos y de condiciones de vida a veces inhumanas. En cada caso son infancias violadas en el cuerpo y en el alma. ¡Pero a ninguno de estos niños los olvida el Padre que está en los cielos.
Con demasiada frecuencia caen sobre los niños las consecuencias de vidas desgastadas por un trabajo precario y mal pagado, por horarios insostenibles, por transportes ineficientes. Pero los niños pagan también el precio de uniones inmaduras y de separaciones irresponsables: ellos son las primeras víctimas, sufren los resultados de la cultura de los derechos subjetivos agudizados, y se convierten luego en los hijos más precoces. A menudo absorben violencias que no son capaces de digerir, y ante los ojos de los grandes se ven obligados a acostumbrarse a la degradación” (8-IV-2015).
Los obispos mexicanos, en el documento Que en Cristo, nuestra paz, México tenga vida digna (15-II-2009), decíamos: “Las relaciones familiares también explican la predisposición a una personalidad violenta. Las familias que influyen para ello son las que tienen una comunicación deficiente; en las que predominan actitudes defensivas y sus miembros no se apoyan entre sí; en las que no hay actividades familiares que propicien la participación; en las que las relaciones de los padres suelen ser conflictivas y violentas, y en las que las relaciones paterno-filiales se caracterizan por actitudes hostiles. La violencia intrafamiliar es escuela de resentimiento y odio en las relaciones humanas básicas” (No. 67).
ACTUAR
Si queremos tener una patria en paz y sin violencia, que las autoridades cumplan su responsabilidad, cierto, pero formemos familias que eduquen en valores como respeto, trabajo, honestidad, justicia, verdad, perdón, fraternidad, ayuda a los demás. Que los esposos no rompan su matrimonio ante los problemas; que se mantengan fieles y se sobrelleven con paciencia, por amor a los hijos.