de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas
11 Mayo
Hechos 16,11-15: “El Señor tocó el corazón de Lidia para que aceptara el mensaje de Pablo”, Salmo 149: “El Señor es amigo de su pueblo. Aleluya”, San Juan 15,26-16,4: “El Espíritu de verdad dará testimonio de mí”
Al estarnos acercándonos ya a la fiesta de la Ascensión, Jesús prepara el corazón de sus discípulos para que se dispongan a recibir el Espíritu Santo. No los dejará solos. A aquellos hombres frágiles a más no poder, se les encomendará una misión, pero tendrán la fuerza del Espíritu. La liturgia nos ofrece textos y testimonios que nos ayudan a comprender, valorar y anhelar la venida del Espíritu en medio de nosotros.
La primera lectura nos presenta a Pablo trabajando arduamente, predicando la palabra, navegando; sí, hace mucho trabajo de Pablo, pero quien abre el corazón de Lidia para que acepte la palabra es el Espíritu. El evangelio nos muestra la promesa de Jesús de enviarnos al Espíritu Consolador. Les anuncia a sus discípulos que sufrirán y los expulsarán de las sinagogas, que los amenazarán de muerte, pero que tienen que ser fuertes y encontrar esa fortaleza en el Espíritu Consolador. Así con las palabras de Jesús entendemos como normal la serie de ataques y descalificaciones que sufre quien se entrega completamente al Evangelio, pero lo que nos debe preocupar y cuestionar es si realmente estamos siendo fieles al Espíritu.
Nosotros, los cristianos no somos una organización social o meramente humana, que se rige por los estatutos y los estándares de aceptación. El Papa Francisco pide que revisemos nuestras formas de actuar porque podemos quedar en los estándares de una mera ONG que ciertamente busca hacer el bien pero que no pone en su corazón el Evangelio, sus criterios, sus fuentes y sus opciones. La piedra de toque será la aceptación del Espíritu. Tendremos que abrir los corazones y dejarnos invadir por el Espíritu. Con frecuencia queremos escudarnos en las seguridades de una estructura y quedamos anquilosados en tradiciones y costumbres que van perdiendo el verdadero sentido de seguidores de Jesús.
El Concilio Vaticano II fue una fuerte llamada y una irrupción del Espíritu que sacudió desde sus cimientos a la Iglesia, pero posteriormente nos vamos otra vez acomodando y estableciendo. Necesitamos pedir con fe y confianza ese Espíritu que venga a renovarnos y llenarnos de su impulso para ser fieles a Jesús a pesar de las críticas y las acusaciones. Si sufrimos por el Evangelio, tendremos la consolación del Espíritu que nos traerá la verdadera paz.