de Rodrigo Aguilar Martínez
Obispo de Tehuacán
Nos disponemos a culminar la Fiesta Pascual, de Jesús resucitado y glorificado que asciende para estar junto a Dios Padre, a fin de enviarnos al Espíritu Santo.
Despierte en nuestro interior el anhelo del Espíritu Santo: ¡Ven, Espíritu Santo, ven!
El Espíritu Santo nos ayuda a ser conscientes de nuestro ser, con sus limitaciones y fortalezas, las primeras para atenuar su influjo, las segundas para potenciarlas. El Espíritu Santo ilumina nuestra inteligencia, enciende y hace dadivoso nuestro corazón, sostiene nuestra voluntad.
El Espíritu Santo nos ayuda a conocernos, aceptarnos y querernos más. El Espíritu Santo hace sabio al iletrado, y al letrado lo hace humilde. Todo para dar el salto de calidad: desde la realidad de quiénes somos hasta la meta de quiénes quiere Dios que seamos – llamados a ser santos, en la plenitud de Cristo. O sea la máxima trascendencia: centrada en Dios Trino con Cristo como Camino, Verdad y Vida. El Espíritu Santo es abogado, consolador y conductor que nos lleva a ser mejores discípulos misioneros de Jesucristo.
Unas veces el Espíritu Santo nos levanta de nuestra pesadez y flojera; otras nos hace entrar en paciencia y calma; otras, por el contrario, nos lanza a actuar, con creatividad y valentía. Quien se deja conducir, prisionero del Espíritu, es la persona más libre, la más olvidada de sí y la más fecunda en su relación y trabajo para bien de los demás. Todo en espíritu eclesial, en comunión.
¡Ven, Espíritu Santo, ven!
Ven, luz santificadora,
y entra hasta el fondo del alma
de todos los que te adoran.