de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas
28 Mayo
Isaías 52, 13- 53, 12: “Él fue traspasado por nuestros crímenes”, Salmo 39: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” , San Lucas 22, 14-20: “Hagan esto en memoria mía”
¿Fue Jesús sacerdote? Es una pregunta que algunas veces me han hecho. Ciertamente Jesús no perteneció a la familia sacerdotal y a esa especie de casta que ofrecía los sacrificios en el templo. Más bien aparece como opuesto y con duras críticas a quienes valiéndose de este servicio necesario, lo aprovechan para su propio beneficio.
Pero la vida, las actitudes y la entrega de Jesús, lo hacen el verdadero sacerdote. Ya las primeras comunidades descubrieron en Jesús el único sacerdote que podría ofrecer y ofrecerse como víctima pura e inmaculada. Toda la vida de Jesús se manifiesta como una acción sacerdotal: ofrenda, intercesión, oración, entrega. Con su sangre ha alcanzado la verdadera purificación de los hombres, con su muerte ha dado vida a los pecadores y con su resurrección los ha hecho partícipes de una vida nueva.
Hoy contemplemos a Jesús el único y verdadero sacerdote, también contemplemos a los sacerdotes de nuestros tiempos y de nuestros lugares. Ellos, humanos y pecadores como todos nosotros, llevan estos tesoros en vasijas de barro. Ellos necesitan nuestra oración y nuestro sostén. En nuestros pueblos y en nuestras comunidades son la imagen visible de Jesús Sacerdote y deben anunciar la Buena Nueva, denunciar injusticias, ofrecer sacrificios, proclamar y vivir la palabra, administrar los sacramentos y conducir a la comunidad.
En los últimos días se ha desatado una crítica fuerte contra ellos y por unos pocos se pone en duda la entrega de todos. Son humanos y tienen defectos. Mirémoslos como hombres tomados de entre los hombres pero consagrados para dedicarse a las cosas de Dios. Nuestra oración, nuestro cariño, nuestro reclamo cuando sea necesario, los harán más fieles. También escuchemos su palabra, busquemos su consejo y alentemos nuevas y mejores vocaciones.
Todo el pueblo de Dios por su bautismo es sacerdotal y unido a Cristo sacerdote, y todos debemos ejercer este ministerio con responsabilidad. Pero demos su lugar y su espacio a los sacerdotes para que ellos nos lleven hasta Cristo el único y verdadero sacerdote.