Haced esto en conmemoración mía
Primera lectura: Exodo 24,3-8
Marco: Este fragmento pertenece a una amplia unidad que tiene como tema general la Alianza del Sinaí establecida entre Dios y el pueblo peregrino por el desierto (19-40). Y en un contexto más estricto: ratificación de la Alianza (24,1-18).
Reflexiones:
1ª) ¡Oferta de Dios y respuesta del pueblo!
Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una: Haremos todo lo que dice el Señor. Lo esencial de la alianza no es el rito de sangre que la ratifica, sino expresión de la voluntad salvadora de Dios y su oferta gratuita comprometiéndose como soberano a proteger y defender a su pueblo que es su vasallo y la respuesta de este pueblo que acepta libremente su oferta. La alianza busca una comunicación personal y dirigida por una elección y una respuesta libre, fiel y coherente en la realización de sus cláusulas. El centro de la alianza es el reconocimiento de la soberanía de Dios, de su gratuidad, de su amor por su pueblo y la contrapartida que el pueblo debe realizar: aceptar la oferta, agradecerla y poner manos a la obra. Todos los ritos que la acompañan tienen como finalidad visualizar este compromiso por ambas partes. Recuérdese el rito de la alianza con Abraham (Gn 15).
2ª) ¡Las palabras de la alianza autentificadas por un sacrificio de comunión!
Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor... Mandó ofrecer al Señor un sacrificio de comunión. La palabra de Dios es expresión de su voluntad salvadora y la ha comunicado a los hombres para establecer con ellos un diálogo vivo y salvador. Este encuentro en las palabras de Dios que son expresión humana de la única Palabra que tiene (el Logos), misteriosamente establece lazos vivos de comunión y comunicación. El encuentro con la Palabra establece un lazo de comunión con Dios muy profundo. Y esta comunión por la Palabra queda visualizada y ratificada por el sacrificio de comunión. Pero este sería vacío sin aquella comunión personal. Ambos elementos garantizan la comunión de Dios con el hombre y del hombre con su Dios. Y es una comunión vital. Recuérdese el sentido que en el Oriente se da a un banquete: quienes participan juntos en un mismo banquete se hermanan porque ese alimento se convierte en sangre en todos ellos y, por tanto, de alguna manera se establece un lazo indeleble, pues la sangre es el lazo que les une a todos.
3ª) ¿Alianza y comunión!
Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre estos mandamientos. La alianza que establece Dios con el hombre no es de igual a igual sino de superior a inferior (porque no podía ser de otro modo). Es una alianza que conlleva el compromiso del superior para defender y proteger al inferior y este, por su parte, se compromete a obedecer, respetarle y no traicionar la alianza de vasallaje. La alianza eleva al inferior a la categoría de "amigo" del superior que le concede ese privilegio. El resultado es una oferta de amistad y de comunión lo más cercana y profunda que se pueda dar. Es una oferta gratuita y ha de ser garantizada por ambas partes. Dios da su palabra y la cumple; por su parte el hombre ha de hacer lo propio. Y el sello de ese profundo compromiso se visualiza en la sangre. En la sangre está la vida. Son vidas lo que se comprometen en la alianza y, en consecuencia, una comunión vital y no pasajera. Los mandamientos son la respuesta concreta a este compromiso.
Segunda lectura: Hebreos 9,11-15.
Marco: La Carta a los hebreos es un aliento a los perseguidos a causa de su fe en Cristo: acosados por la confiscación de sus bienes, la marginación y la persecución. El fragmento que hoy se proclama recuerda, como telón de fondo, la fiesta judía de la Expiación en la que el Sumo Sacerdote entra, con la sangre de los sacrificios, en el Santísimo del templo donde se encuentra el arca de la alianza. Todo el complejo ritual se encuentra en Lv 16,1-34; Nm 29,7-11.
Reflexiones:
1ª) ¡Su templo es más grande y más perfecto!
Cristo ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes definitivos. Su templo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre. La interpretación del templo que realiza el autor de la carta a los Hebreos es totalmente nueva porque se fundamenta en la obra realizada por Jesús. Estas palabras se iluminan con aquellas otras que encontramos en el evangelio de Juan a propósito de la expulsión de los vendedores del templo: Destruid este templo, y en tres días yo lo levantaré de nuevo... El templo del que hablaba Jesús era su propio cuerpo. Por eso cuando resucitó, los discípulos recordaron lo que había dicho aquel día, y creyeron en la Escritura y en las palabras que él había pronunciado (Jn 2,19-22). Los judíos entienden el templo como el lugar de encuentro del pueblo con su Dios y donde se consume el sacrificio de comunión durante el cual los participantes tienen conciencia de que Dios se hace presente para entrar en comunión con ellos. Jesús Resucitado (Viviente) es el nuevo templo (el verdadero templo) en el que se hará plena la comunión y el encuentro de Dios con los hombres. Y es un encuentro personal, real y vivo. En el sacramento del Pan encontramos al Jesús Viviente que proporciona la más plena comunión personal.
2ª) ¡Nos ha conseguido la liberación eterna!
Ha entrado en el santuario con su propia sangre una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna. El Acontecimiento pascual de Jesús se realizó de una vez para siempre. Jesús, en la cruz, derriba todos los muros de separación creando un hombre nuevo. Esta reconciliación se realiza de una vez para siempre, pero se perpetúa en el santuario donde mora: en el cielo como Mediador ante el Padre y en el Pan como presencia inalterable. Ahí nos espera el amigo y confidente. Así nos lo dijo él mismo en la Ultima Cena: Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. En adelante ya no os llamaré siervos, porque el siervo no está al tanto de los secretos de su amo. A vosotros os llamo desde ahora amigos, porque os he dado a conocer todo lo que oí a mi Padre (Jn 15,14-15). Sigue ofreciendo al creyente su amistad que se manifiesta en la comunicación de su intimidad. Recordemos ahora lo que significaba en los palacios del antiguo oriente el grupo de los amigos del rey a diferencia de la masa de sus servidores: tienen acceso a todos sus secretos, están en su presencia, comen con él y mantienen un trato de confianza. Son los privilegiados del rey que participan libremente de su amistad. Hoy como ayer, esta oferta de Jesús a sus discípulos sigue vigente y viva. Así lo ha experimentado muchos hombres y mujeres a lo largo de los siglos.
3ª) ¡Jesús, el Mediador, nos lleva al verdadero culto de Dios!
La sangre de Cristo, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios y nos podrá purificar y llevarnos al culto de Dios vivo. Por eso él es Mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna. La presencia de Jesús en el sacramento del Pan y del Vino son las "arras" (como el Espíritu) de la seguridad de nuestra esperanza. La participación en el Pan establece una corriente vital entre Jesús y los suyos; una comunión de personas y de destino. Nos había dicho Jesús mismo en el discurso sobre el Pan Viviente: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él (Jn 6,54-56). Comulgar en la misma vida es participar en el mismo destino: la resurrección y la vida. La Eucaristía es el alimento de los peregrinos en la tierra alentados por la esperanza que urge el compromiso de solidaridad real con todos (de verdad y con obras, como nos recuerda la 1Jn). Los que participan de un mismo Pan inmortal son empujados, suave pero firmemente, a compartir los bienes visibles y perecederos. Esto es un signo y una consecuencia de la comunión en la misma vida. La Eucaristía alimenta y da certezas al hombre en su esperanza personal y comunitaria. A todos nos espera el mismo destino en comunión: la resurrección.
Evangelio: San Marcos 14,12-16.22-26.
Marco: Narración de la preparación de la Pascua y la institución de la Eucaristía. El evangelista cuenta con que sus lectores lo conocen. En el marco de la Pascua celebra Jesús la Cena y la transforma al hacerla "memorial" (sacramento actualizante) de la obra central de su vida: Muerte y Resurrección-Exaltación.
Reflexiones:
1ª) ¡La Pascua es un banquete festivo que celebra la libertad de un pueblo!
¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?... Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad y prepararon la cena de Pascua. Sabemos que la Pascua celebra la liberación de un pueblo en su totalidad. El banquete pascual establecía una misteriosa comunión de todo el pueblo entre sí y de todo el pueblo con su Dios que le liberó de Egipto. Observemos que la liturgia insiste una y otra vez en la realidad del banquete de comunión que expresa, crea y dinamiza la solidaridad de vida y de destino de todo el pueblo. Este marco pascual nos invita a profundizar en este sentido especial de la Eucaristía. Si en todos los banquetes de comunión celebrados en el templo el participante en el culto tiene conciencia de la presencia cercana de su Dios, con mucha más intensidad vive la experiencia de esta cercanía en el banquete de los banquetes sagrados que era la Pascua. Jesús eligió sabiamente este marco para entregarnos el Pan y el Vino de la nueva y eterna Pascua. En adelante en la celebración de su Pascua promete una presencia del todo singular. El "recuerdo actualizante" de todo lo que es y nos dio proporcionará la ocasión de reavivar la seguridad de su presencia y la urgencia de vivir en solidaridad.
2ª) ¡Este pan soy yo mismo!
Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo. Marcos nos ha transmitido la fórmula más primitiva de la institución de la Eucaristía. Debemos leer las palabras de Jesús en su lengua materna (el arameo) porque expresan más profundamente la realidad que allí se estaba ofreciendo a los hombres. Jesús dijo en realidad: esto que ahora tengo entre mis manos en adelante seré yo mismo en totalidad. Yo mismo transformado o presencializado en el Pan. No es una parte de su ser lo que se nos entrega sino la totalidad del ser humano y divino de Jesús. Esta es la única explicación adecuada habida cuenta del sentido de los términos utilizados por el Maestro. En adelante cuando los creyentes celebren su "memoria" en el sacramento habrán de participar en la gozosa experiencia de encontrarse personalmente con Él. La teología reflexionará profundamente sobre cómo entender estas palabras de Jesús. El resultado es que ahí, en el Pan, está todo Jesús donándose en comunión de vida para todos. Más todavía: el significado primero de estas palabras en Marcos expresan intensa-mente el sentido de comunión y reunión. Unas palabras que leemos en la Didajé explicarían adecuadamente este pensamiento: "como este fragmento estaba disperso sobre los montes y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino" (IX,4).
3ª) ¡Esta es mi sangre de la nueva alianza!
Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Si la alianza que se estableció en el tiempo de las figuras expresaba ya una profunda comunión entre los pactantes de la misma y la sangre era el signo visible de esta alianza, cuanto más la nueva alianza sellada con una Sangre mejor y de más valor como es la de Jesús mismo. El sello es tan indeleble como lo es la donación de Jesús por la humanidad. La participación en su Pan y en su Vino (Sangre) crea entre los participantes una seguridad indestructible en su comunión como nuevo pueblo de Dios. Ningún creyente (adecuadamente dispuesto) queda excluido de esta participación. La participación en la misma Sangre nos hermana a todos, nos iguala y debería romper todo tipo de barreras económi-cas, sociales o culturales. Ya Jesús, en su vida terrena, había practicado lo que hoy se llama la "comensalía abierta", es decir, que comían con él todo tipo de gentes: pecadores, personas marginadas (que eran muchas en su tiempo) y personas de bien como eran sus amigos. Una mesa grande y abierta. Y esta práctica la urge ahora en nuestro mundo. Es necesario encontrar en la participación eucarística la apertura a todos, la solidaridad comprometida.
4ª) ¡Celebradlo en memoria mía hasta que vuelva!
Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios. La Eucaristía es el banquete que se celebra entre el ya y el todavía no de la salvación definitiva. Jesús quiere que celebremos la Eucaristía anunciando su Muerte y proclamando su Resurrección hasta que vuelva. Quiere que en la celebración eucarística hagamos realidad la experiencia de su promesa al despedirse de nosotros: Sabed que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo (Mt 28,20). Eso significan las palabras "hacedlo en mi memoria". Celebrar la memoria de Jesús no es un recuerdo neutro, sino una presencia que urge a caminar. Este es el quehacer de la Iglesia en este "ínterim" entre su primera y su segunda venida. Y este es el testimonio ante el mundo al que evangeliza: un testimonio de esperanza firme, de comunión auténtica, de solidaridad gozosa y generosa. Los que participamos de un mismo Pan y de un mismo destino debemos ser un signo creíble para nuestro mundo tan dividido por intereses complejos y poco solidarios.
Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)