Lecturas del miércoles, 11ª semana del tiempo ordinario, ciclo B

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Mié, 2015-06-17

I. Contemplamos la Palabra

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 9,6-11

El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra generosamente, generosamente cosechará. Cada uno dé como haya decidido su conciencia: no a disgusto ni por compromiso; porque al que da de buena gana lo ama Dios. Tiene Dios poder para colmaros de toda clase de favores, de modo que, teniendo siempre lo suficiente, os sobre para obras buenas. Como dice la Escritura: «Reparte limosna a los pobres, su justicia es constante, sin falta.» El que proporciona semilla para sembrar y pan para comer os proporcionará y aumentará la semilla, y multiplicará la cosecha de vuestra justicia. Siempre seréis ricos para ser generosos, y así, por medio nuestro, se dará gracias a Dios.

Sal 111,1-2.3-4.9 R/. Dichoso quien teme al Señor

Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita. R/.

En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo. R/.

Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 6,1-6.16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.»

II. Compartimos la Palabra

«Con largueza repartió, dio a los pobres»

Una manifestación más de la comunión de los santos. Macedonia necesita ayuda y la Iglesia de Corinto es rica. Pablo anima a los corintios a ser generosos con el necesitado y compartir los bienes.

No es una situación que nos resulte ajena: el Papa Francisco invita constantemente a la Iglesia a ser generosa, a saber desprenderse de sus riquezas y tratar de remediar la pobreza que la rodea, que nos rodea. Aplaudimos la invitación y miramos los tesoros que se acumulan en templos, sacristías y museos, pero evitamos cuidadosamente mirar en nuestro propio hogar, en nuestros propios bolsillos. Somos generosos, pero con el dinero de los demás, mientras guardamos avaros el nuestro.

Un ejemplo paralelo: en enero de 2010 Haití sufrió un terremoto que dejó miles de damnificados. Muchos lo perdieron todo. Escuchamos a «los Pablos» actuales que nos pedían ayuda para ellos, no fuimos excesivamente generosos y, en poco tiempo, los olvidamos. ¡Qué lejanos nos quedan los macedonios de Pablo!

«Se humilde; bájate del pedestal»

¡Qué importante es ser; qué pobre sólo parecer!

Creo que es una de las lecturas que podemos hacer del texto evangélico que hoy proclamamos: A Dios le agrada que seamos y le repugna que solamente parezcamos.

No es malo rezar en las plazas, no es malo dar limosna públicamente, no es malo ayunar de forma notoria. El rezar, la limosna y el ayuno son buenos en sí, pero si el rezador, limosnero y ayunante utilizan estos hechos, buenos en sí, para colocarse por encima de los demás, para ser admirados, alabados y envidiados, entonces estaría prostituyendo la santidad de unas acciones y transformándolas en actos anodinos, carentes de valor, o con valores negativos.

Es una tendencia natural: todos tendemos a aparecer delante de la sociedad como buenos y ejemplares ciudadanos, perfectos cristianos que cumplen, incluso excediéndose, exagerando las posturas, dando culto con la boca, pero sin correspondencia en el corazón. La vanidad que tanto decimos despreciar, termina asomando en nuestro sentir, en nuestro hacer. Sabemos que no hacemos lo correcto, pero no podemos evitarlo. Es una muestra más de nuestra fragilidad. Sabemos que sin Dios nada podemos hacer, pero intentamos convencernos de que no tenemos fallos.

Cristo nos advierte sobre esta forma de actuar: si haces algo para que el mundo te admire y logras que lo haga, ya estás pagado. ¿Qué más paga necesitas?

Dios está buscando que tu relación con Él sea personal y directa, sencilla, alejada de trompeterías y fanfarrias. Dios está morando en tu interior y no necesitas trompetas que le despierten. Él está despierto, vigilante, atento a lo que tu corazón siente, con la mano extendida para ayudarte si lo necesitas.

Sería deseable que tuviéramos la sabiduría del fariseo y la humildad del publicano. Que fuéramos capaces de orar en todo tiempo y lugar, pero recogidos en el silencio y la discreción de nuestra propia capilla.

¿Me alegro cuando puedo ayudar a los demás o busco la moneda más ruin del bolsillo?
¿Soy capaz de hacer que mi mano derecha ignore lo que hace la izquierda?
¿Puedo hacer que mi vanidad no entorpezca mi oración?

D. Félix García O.P.
Fraternidad de Laicos Dominicos de Viveiro (Lugo)