de Mario Espinosa Contreras
Obispo de Mazatlán
En la Plaza de San Pedro de la ciudad del Vaticano, en los extremos de la escalinata de la Basílica, se elevan majestuosas las imágenes de Pedro y Pablo, Apóstoles que son considerados como pilares de la Iglesia, la cual está fundada en Cristo, y sobre esa base surgen como columnas fundamentales estos dos discípulos, que en la naciente Iglesia destacaron por su aporte, entrega y testimonio.
En su escultura, el Apóstol Pedro porta en sus manos unas llaves, pues es el primero entre los Apóstoles. Las llaves significan la potestad y la autoridad, que no es de dominio y sometimiento, sino de abnegado servicio. Pedro abre el misterio de la salvación a los paganos; en el Antiguo Testamento, el pueblo de Dios coincidía con el de Israel y con Jesucristo se ofrece a todos los pueblos de la tierra. A Pedro correspondió el honor de recibir a los primeros no judíos en el seno eclesial, al aceptar en la comunidad cristiana al Centurión Romano y a toda su familia.
Con esta perspectiva universal, Pedro salió de los límites de Palestina hacia el norte, y estuvo al frente de la comunidad de Antioquia, integrada por judíos y no judíos. El año 44 va a Roma, capital del Imperio, donde funda y consolida la Iglesia de Jesucristo.
Pedro regresa a la Tierra Santa el año 50 para presidir el llamado Concilio de Jerusalén, donde acordaron que a los gentiles que se bautizarán no se les iba a exigir la circuncisión, pues en la Nueva Alianza de Jesucristo, se incorpora el hombre y la mujer, no por la pertenecía a una etnia o raza, sino mediante el bautismo, por el don del Espíritu Santo, por la redención de Cristo y por el designio salvífico universal del Padre.
Pedro retorna a Roma, donde sufre la prisión y es martirizado durante la persecución decretada por Nerón en el año 64. Él nos lego dos hermosas cartas, que son como un magnifico resumen de la fe cristiana y sobre la conducta que la fe nos inspira. Así nos dice: “ … tengan todos un mismo pensar, sean compasivos, fraternales, misericordiosos y humildes. No devuelvan mal por mal, ni injuria por injuria, al contrario, bendigan ya que han sido llamados a heredar una bendición” (1 Pe 3, 8 – 9).
San Pablo en la estatua de la Plaza de San Pedro lleva una espada, significando su decisión y arrojo para realizar la evangelización, para llevar por los lugares que le fue posible el nombre de Jesucristo. Evangelizar es su más grande anhelo, así decía: “¡Ay de mí si no evangelizara!”. Incluso en la prisión él expresaba: “yo estoy encadenado, pero la palabra de Dios no está encadenada”.
Pablo fue sin duda alguna, un hombre vigoroso, resistente y comprometido, durante diez años recorrió más de 15 000 kilómetros, viajando la mayoría de las veces a pie. En verdad él cumple lo que dice al manifestar: “me gastaré y me desgastaré al servicio de mis hermanos”.
Sufrió muchas adversidades, pero todo lo superaba por aquel que lo confortaba. Esto nos los refiere al señalar: “ … los aventajo en fatigas, en prisiones, no digamos en palizas y las muchas veces que he estado en peligro de muerte. Cinco veces he recibido de los judíos los 39 golpes de rigor, tres veces he sido azotado con varas, una vez apedreado, tres veces he naufragado, he pasado un día y una noche a la deriva en altamar. Los viajes han sido incontables, con peligros … trabajo y fatiga, a menudo noches sin dormir, hambre y sed, muchos días sin comer, frio y desnudez. Y a todo esto hay que añadir la preocupación diaria que supone la atención a todas las Iglesias” (2 Cor 11, 23 – 28).
San Pablo, insigne misionero y tenaz evangelizador, está muy convencido y así nos lo enseña, que lo más valioso de todo es el amor: “con nadie tengan deudas, a no ser las del amor mutuo, el que ama al prójimo ha cumplido la ley … el que ama no hace mal al prójimo, en resumen, el amor es la plenitud de la ley” (Rom 13, 8 – 10). Pablo Apóstol de los gentiles, fue también martirizado, fuera de las murallas de Roma el año 67.
Pedro y Pablo son testigos insignes de la fe, que se traduce en las obras de nuestra vida y que nos impulsa a proceder rectamente en todo, alabando a Dios mas que con los labios, con el corazón, de la fe por la cual dieron y entregaron su vida.
Con ocasión de su conmemoración y memoria, se nos invita a orar por el Santo Padre Francisco, y a generosamente donar nuestra ofrenda al Óbolo de San Pedro, que se orienta a aliviar las penalidades de los más desvalidos, como una expresión de la exquisita caridad del Papa y de la Iglesia Universal. Que los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo nos alcancen a todos abundantes gracias y bendiciones.