Desprecio y abandono a nuestros hermanos

de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas

26 Junio

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Génesis 17, 1.9-10. 15-22: “Todos sus hijos varones serán circuncidados, como señal de la alianza – Sara te dará un hijo”, Salmo 127: “Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos”, San Mateo 8, 1-4: “Señor, si quieres, puedes curarme”.

Siempre ha habido personas que son marginadas por la sociedad. Los pretextos son muchos: la enfermedad, la diferencia de raza, la diferencia de clase o posición, la diferencia de credo… Muchos pretextos sirven para hacer a un lado a quienes son hermanos nuestros. Así, además de sus carencias tienen que sufrir el desprecio y el abandono de los que son sus hermanos.

En tiempos de Jesús entre estos grupos se encontraban los leprosos que no solamente tenían que soportar su enfermedad sino que eran considerados impuros y pecadores, y se les condenaba al destierro y la marginación. Cristo no teme acercarse a ellos. Cristo escucha su súplica y lo toca para restituirlo y hacerlo parte nuevamente de la comunidad.

Hoy al contemplar a Jesús, vienen a mi mente y a mi corazón dos actitudes fundamentales que tendremos que tener quienes nos decimos sus discípulos. La primera reconocer que somos pecadores y que necesitamos del poder del Señor para que limpie las lepras que nos han separado de su amor y de la comunidad. Todo pecado rompe la comunión. Necesitamos sanación y sólo el Señor la puede hacer. Tendremos que tener mucha fe y mucha insistencia en nuestra oración para alcanzar esta salud que el Señor nos puede dar.

Pero también quisiera que tuviéramos muy en cuenta a todos los hermanos que de una u otra forma son discriminados por nuestra sociedad. Tendremos que terminar con estas expresiones que no tienen nada de cristiano y hacen sufrir grandemente a los hermanos y hermanas. Son muchas las situaciones graves de agresiones y de aislamiento que podremos reconocer. A veces pueden pasar desapercibidas porque “la costumbre”, nos lo ha hecho ver como algo normal, pero son graves pecados que carga la sociedad sobre sus espaldas.

¿A quién estamos separando de la comunidad? ¿A quién hemos rechazado o hemos hecho sentir solo y aislado? Revisemos delante de Jesús: acercarse, sanar, reintegrar.