Estamos viviendo las últimas horas de un año más que termina, con la esperanza de vivir otro que comienza. Ha recorrido nuestra vida otro punto y así hemos avanzado un tramo más, que nos acerca al temido e inevitable desenlace de nuestra existencia Pero pocos reflexionan que es un año más de cuenta, que hay que dar al dueño de la vida y un año menos que nos queda por vivir. La muerte está más cerca de nosotros. Más que embotar las facultades más nobles del hombre a fuerza de licor, de humo y de baile, se impone una mirada retrospectiva, para ver y analizar, cómo hemos llenado los días de nuestra vida que ya han pasado. No olvide, que nuestra vida, se realiza dentro de la órbita del tiempo a través de la cual debemos llegar a nuestro principio y fin: DIOS. La vida del hombre tiene un principio, como tiene un fin. Este fin es el que le da sentido y valor. La vida temporal, es una preparación para la eternidad a la cual estamos llamados a ingresar. Nuestra vida temporal es un don de Dios, que es un llamado a un desarrollo y realización que está más allá de los límites de la búsqueda del pan cotidiano y de la satisfacción de las necesidades más apremiantes. La vida humana, tiene un fin que trasciende los horizontes del tiempo. Es aquí en la tierra, semilla que debe transformarse en fruto para el cielo. Vivir sin proyección hacia la eternidad, no tiene sentido ni valor. El fin para el que fuimos creados es llegar a la tierra prometida: El cielo; que es el premio por haber cumplido con la misión encomendada, por el Divino Creador.
En este último día del año, se impone hacer la oración más noble que es la de la gratitud. Con ella, no buscamos nada, no queremos conseguir nada, sino sólo reconocer y dar. La gratitud es el amor verdadero en acción, que reconoce y besa la mano bienhechora de la Divina Providencia, que ha cuidado de nosotros. Diez leprosos fueron curados en el camino prodigioso hacia el templo, para mostrarse a los sacerdotes, y sólo uno se mostró agradecido. Sólo él, reconoció el favor recibido y volvió para alabar a Dios. En cambio las muchedumbres que se hartaron del beneficio de un pan multiplicado, pedirían después a gritos, la sangre de su bienhechor. También hoy vive en muchos seres humanos la ingratitud para con Dios. Viven replegados, ávidos de su propio interés, recelosos de los demás, aislados y tristemente solos, en medio de los demás, rumiando la ingratitud que causa y derrumba los sentimientos más nobles del hombre, Hoy es el día propicio para despertar la virtud del agradecimiento. Hay favores que no se pagan ni con todo el oro del mundo, como son la vida y la salud que Dios nos ha dado durante el año que expira. Dé gracias a Dios, con sencillez, pero con lealtad y hondura. Gracias por la fe, por habernos hecho sus hijos, templos del Espíritu Santo, miembros vivos de su Iglesia y herederos del cielo. Gracias por nuestros padres, a quienes después de Dios les debemos la vida y nuestra educación. Gracias por el pan de cada día, por la belleza del universo; por el sol que nos alumbra y calienta y por la lluvia que nos refresca. Gracias por las alegrías y también por las horas de prueba. Gracias por los amigos que nos alientan y comparten con nosotros la alegría de vivir, pero también por los que no nos quieren y nos ofenden. GRACIAS POR TODO SEÑOR. Dios salva a muchos que jamás le devuelven el saludo.
También es día de pedirle perdón, por las muchas veces que le hemos ofendido usando mal, los mismos dones que de El hemos recibido. Perdón por no haberle amado sobre todas las cosas. Por los ídolos que ocupan su lugar en nuestra vida, como son el trabajo, el dinero, el artista, el deportista, etc., Perdón por mantener resentimientos, odios y rencores; por el engaño, difamación y calumnias que hemos hecho. Por la avaricia, envidia que anida en nuestro mezquino corazón. Perdón por la crítica hiriente y sonrisa burlesca que hemos hecho. Por las veces que nos hemos fijado en la paja que lleva el vecino, ignorando la viga que pesa sobre nuestros hombros. Por las veces que nos hemos dejado llenar del veneno de la lisonja y del elogio vacío. Por no haber sido atentos y comprensivos, cuando se han acercado a consultar problemas y los hemos tratado con palabras ásperas y duras, sin pensar que la irritación, no soluciona ningún problema. Por las veces que con nuestro ejemplo y palabras, hemos desanimado a los demás en el camino del bien. Por no saber dar la alegría que cura todas las heridas. Por no haber sido optimista y habernos cansado de hacer el bien; por no haber servido con bondad y dedicación a los demás, sobre todo a los más cercanos. Por no soportar con paciencia las pruebas de la vida y habernos desesperado, en lugar de superarlas con heroísmo. Por no haber hecho el bien sin pensar en la recompensa. Por pensar sólo en nosotros, olvidando a los demás, etc., Saber pedir perdón, es hermoso y dignifica. Pero hace falta tener un alma noble y criterios claros, para no pensar que nos rebaja. Reconocer que nuestras equivocaciones no nos engrandecen. El que pide perdón ya lleva ganada la mitad del camino penitencial. El fin del año es un tiempo oportuno para agradecer y pedir perdón, a nuestro Padre Dios. No deje pasar esta nueva oportunidad de hacer las paces con El. SEÑOR: GRACIAS Y PERDON. Y ayúdanos a vivir el año que iniciamos, sin enterrar nuestra vida ni jugar con ella; sino ponerla a producir lo sembrado en ella, obras buenas, pletóricas del amor evangélico. Que la elevemos como los atletas, con austeridad y entrenamiento, no para conseguir una corona que se marchita, sino la que no se marchita, que es la vida eterna. No hagamos de nuestra vida una tragedia, o una comedia, o película burlesca o depresiva. Y aunque la vida sea como un viaje por el mar, con días de calma y alegría; y días de borrasca y aciclonados, por eso hay que saber ser buenos capitanes que sepamos dirigir la barca de nuestra vida, hasta llegar a la playa celestial. Vivamos con pasión responsable el presente día, porque el día de ayer, es ya un cheque cancelado, ya pasó para siempre; el día de mañana está por llegar; en cambio el de hoy lo tenemos en nuestras manos y hagamos de él, no lo que yo quiera, sino lo que debo hacer; porque cada persona tiene su propia misión encomendada, que debe llevar acabo. Así pues ¡Arriba y adelante! Y con la ayuda divina sembremos la vida, con frutos para el cielo. El tiempo es oro y hay que aprovecharlo hasta el máximo. Porque si se pierde, no es recuperable.